Desde la clásica y parafernálica Cannabis Cup de Ámsterdam al puñado de
competencias que se reproducen por Argentina, las copas cannábicas se están
transformando en el mejor espacio de intercambio de datos y conocimiento entre
los cultivadores de la región. Un recorrido que todos quieren hacer.
Hace un cuarto de siglo, este cronista aún no cumplía los diez años. A
Pinochet le quedaba poco tiempo en Chile y la primavera alfonsinista en
Argentina se acercaba a su triste final de crisis y espiral inflacionaria. No
existía la
Convertibilidad, tampoco la Concertación. En
Inglaterra, Margaret Tatcher privatizaba las rutas británicas y Roland Reagan
estaba cerca de declararse vencedor de la Guerra Fría. Hace un
cuarto de siglo aún existía la Unión Soviética y los advenedizos que hablarían
del fin de la historia todavía no salían a la luz.
Es en ese mundo hoy tan lejano donde el entonces editor de la revista High
Times, Steven Hager, da el puntapié inicial al que sin dudas hoy es el mayor
evento cannábico del planeta: la Cannabis Cup de Ámsterdam, que cada año se
celebra el fin de semana de Acción de Gracias - el primer jueves de noviembre -
en la capital holandesa.
La
fecha de elección no es casual. En Estados Unidos Acción de Gracias es una
festividad que se remonta a principios del siglo XVII, cuando en 1.621 los
colonos ingleses instalados en Plymouth, Massachussetts, se reunieron por
primera vez en torno a un pavo asado para festejar que finalmente acababan de
tener… una gran cosecha.
Claro,
no hablamos del mismo tipo de cosecha, pero la idea se entiende.
Un
gringo suelto en Ámsterdam
Muchos
de quienes leen estas líneas habrán visto la segunda parte de la serie de películas
fumonas Harold & Kumar. ¿Hacia dónde van volando los protagonistas antes de
terminar en Guantánamo? Hacia… Ámsterdam. No nos sorprende, cualquier
consumidor que se precie de tal tiene en su lista de viajes una peregrinación
cannábica a la capital holandesa. Los coffee shops, los museos cannábicos, el
Salón de la Fama
del Cannabis, los cuarteles centrales de Soft Secrets. Para un fumador,
Ámsterdam es mucho más esto que bicicletas y casas flotantes.
Pero
bueno, hace 25 años las cosas no eran así. Hace 25 años esto lo sabían muy
pocos. Y hace 25 años, por suerte, allí estuvo Steven Hager.
La
cosa fue más o menos así. Hager había asumido recientemente como editor de High
Times y, como parte de su nuevo trabajo, viaja a Holanda para escribir El rey
del cannabis, una nota sobre la primera compañía de semillas de ese país –Seed
Bank-, fundada por un australiano que hoy disfruta de una impresionante cuenta
bancaria gracias a su pionera idea de enviar las semillas por correo, algo que
nadie hacía en los años 80. Entre reunión y reunión, Hager termina tomando unas
cervezas con los dueños de la compañía de semillas Cultivator's Choice, unos
hippies de primera generación que por esos días se debatían entre la vida y la
bancarrota en Estados Unidos. Los ahora empresarios, que tenían impregnado el
discurso “antes todo era mejor”, no dejaban de decirle al joven Hager lo
fantásticos que eran los festivales de cosecha que se hacían en California a
fines de los 60 y principios de los 70, eventos que duraron hasta que el amigo
Richard Nixon llegó para terminar con la fiesta.
“Si
se pudo hacer entonces, lo podemos hacer ahora”, pensó Hager. Y dijo: “acá, en
Ámsterdam, es posible”.
Organizando la fiesta
Hager
volvió a Estados Unidos con la idea y consiguió un poco de financiamiento de la
revista. Al principio fue todo bastante artesanal. En la primera versión solo
hubo cuatro bancos de semillas en competencia, los jueces fueron Hager y dos
amigos y el premio fue una cena en un restorán de Ámsterdam para el equipo, los
competidores y, claro, los primeros ganadores: la hoy icónica Skunk #1 de
Cultivator’s Choice.
La
cosa tuvo tan bajo perfil que ni en la misma redacción de High Times se le dio
mucha bola. Hager fue acusado de armar un esquema financiado por la publicación
que -a simple vista- no consistía en más que, una vez al año, él viajando con
un par de amigos a Ámsterdam a fumar marihuana durante una semana.
Su
respuesta fue inhabilitarse como jurado y dedicarse a transformar la
deficitaria copa en un evento rentable, consiguiendo auspiciadores y cobrando
entrada.
Y
la cosa fue tomando cuerpo. Para la tercera edición consiguió que el afiche
fuera diseñado por los artistas Gilbert Shelton y Paul Mavrides, a quienes se
les pagó invitándolos a ser jurados. Esto fue sumando la atención mediática
sobre el evento y de Japón a Inglaterra o de Alemania a Estados Unidos, los
principales medios de esos países dedicaron algún reportaje en profundidad al
evento. Esto a la DEA
no le gustó nada y lanzó una operación para cerrar tanto el Seed Bank como High
Times, argumentando que el banco de semillas era un brazo encubierto de la
revista para financiarse.
Pero
la cosa era imparable. Los asistentes de entrada paga -llamados “jurados”-
aumentaban año tras año y los “jurados célebres” eran cada vez más célebres:
Control Machete, Rita Marley diciendo que el espíritu de Bob está en el evento
o Patti Smith fueron algunos de quienes pisaron la “alfombra verde” de la copa.
Para celebrar los diez años, en 1997 se creó el Salón de la Fama de la Contracultura. Teniendo
como primer integrante a Bob Marley, sus pasillos hoy cuentan con las
presencias simbólicas de, entre otros, Bob Dylan, Louis Armstrong, Jack Herer,
el tándem Tommy Chong-Cheech Marin y el cuarteto beatnik Burroughs-Ginsberg-Cassady-Kerouac.
Aunque
el evento tuvo un declive en cantidad de asistentes a principios del nuevo
milenio, afectado por el atentado a las Torres Gemelas (la mayoría de los
participantes proviene de Estados Unidos), de a poco fue recuperando la mística
hasta alcanzar un récord de 2.300 jurados en 2008.
Incluso
fueron tantos los jurados que hubo que barajar y dar de nuevo, creando un
jurado especial llamado “los Náufragos del Cannabis”: seis dementes en una casa
flotante durante tres días con acceso ilimitado a todas las muestras de los
participantes. Cuando, 72 horas después salen, casi arrastrándose, tienen en su
poder el nombre del ganador. El año pasado, la ganadora fue una Liberty Haze
cultivada por Barney’s Coffee Shop.
El principio del fin
Aunque partiera de forma bastante artesanal como un foro pro cultivo
personal (Hager fue el editor que se encargó de sacar de la High Times el material
en torno a drogas como cocaína y heroína, para enfocarse en el autocultivo y la
defensa del derecho al consumo de marihuana), hoy la Cannabis Cup es un
evento que durante ese fin de semana puebla a Ámsterdam de turistas cannábicos,
que tiene convenios con hoteles e incluye música en vivo, shows de comediantes
y claro, una interminable exposición de productos asociados al cultivo y
consumo de marihuana. Su repercusión es tal que es común que las nuevas
variedades creadas por los bancos de semillas hagan su presentación en sociedad
en la copa, en busca de publicidad. Como si la ganadora del Óscar se estrenara
después de la ceremonia, la demanda por la semilla campeona está asegurada.
Pero
nada es para siempre. En 2008 los hongos fueron prohibidos en Holanda y el año
pasado se dio el primer paso para una ordenanza que causará un daño irreparable
en el turismo cannábico que con su constante peregrinación puebla las calles de
Ámsterdam: a partir del 1 de enero de 2013 se exigirá la presentación de una
tarjeta de residente para entrar a los coffee shops, lo que preanuncia que 2012
será la última edición holandesa de la Cannabis Cup.
La
preventa de pases de jurado, ya disponibles en Internet a 250 euros cada uno,
esperan superar las 3 mil ventas.
Sur, paredón y después…
De todas formas, esto no tiene por qué significar la muerte de las copas.
“ Qué importa que estén o no aceptadas dentro de un marco
legal. Lo que importa es, tal como los colonos ingleses en el siglo XVII,
festejar la cosecha„
Hay en Holanda, España, Canadá y, con reparos, en Estados Unidos. Y en
Argentina, sí señor. Gracias a una “actitud desafiante, militante si se
quiere”, según escribió Santiago O’Donell hace unos años en una crónica en
Gatopardo, desde hace más de una década que en Buenos Aires se celebra una
versión local de este tipo de encuentros. Pionera en la región, la Copa Cannábica del
Plata fue durante unos años el sueño hecho realidad. Año a año, cultivadores de
toda Argentina y los países vecinos se fueron dando cita en la Reina del Plata para medir
unos con otros sus habilidades como cultivadores.
Hoy,
un poco como sucede con la
Cannabis Cup, la Copa Cannábica del Plata se ha convertido en una
feria donde se dan cita representantes de grow shops, bancos de semillas y
otras publicitarias. Se hacen talleres y debates sobre vaporizadores, botánica,
cultivo, genética, cata y de consejos legales; además de competencias
“laterales”, como la de armado. Es la más antigua, la más tradicional y, en
cierta forma, las más conservadora, debido a su estructura ferial.
Pero
no es la única, ya que en los últimos dos o tres años fue apareciendo una serie
de versiones locales, cada una con sus objetivos y particularidades. Además de
Buenos Aires, La Plata,
Mar del Plata, Rosario, Córdoba, Neuquén y Ushuaia son ciudades donde las copas
cannábicas dicen “presente”.
Tal
como dice en la convocatoria de la
Copa del Plata, la mayoría de estos eventos se basa “en la
apreciación crítica de distintas muestras de cannabis desde diversos criterios,
tales como los organolépticos (presencia, olor, textura, calidad del secado y
curado); inhalación (aroma, gusto y sus matices), así como sus características
psicoactivas (apetito, tipo de “mambo” –volada, para los chilenos-, duración e
intensidad de sus efectos)”. Y cada una tiene sus matices, sobre todo
dependiendo del tamaño de la convocatoria.
En
las más grandes (Del Plata y Ciudad de Buenos Aires, o CABA) el procedimiento
es más o menos similar. Quienes quieran participar deben enviar una muestra con
10 gramos
de cogollos secados, manicurados y limpios de hojas y tallos, y el equivalente
a aproximadamente US$ 80. Seis de los gramos entregados van para el jurado y 4
son devueltos entre los mismos participantes el día del evento. Esto da derecho
a cada participante a recibir 4 muestras distintas para catar y calificar el
día del evento, al cual puede asistir solo o con un acompañante.
El humo se expande
“Esta
es la copa-fiesta”, dice orgulloso René, uno de los organizadores de la Copa CABA, que desde
hace un lustro compite palmo a palmo con la más tradicional Del Plata. René
cuenta que hay dos características especiales que la diferencian de la pionera:
“acá eliminamos un poco toda la ceremonia y la seriedad. La diferencia de esta
copa es que es una copa de cultivadores para cultivadores. No tenemos charlas
legales ni cosas parecidas. Lo que nosotros tratamos de hacer es aumentar lo
más posible la experiencia sensorial de la marihuana: ponemos el acento en la
comida, en la iluminación, en la música, tenemos bandas tocando. También hay
concursos de armado y sorteamos semillas”.
Y
no le ha ido mal. De ser una maratón fumona ha conseguido organizarse y
conseguir una veintena de sponsors para financiar lo que René llama “una orgía
cannábica para 500 personas, donde se fuma la mejor marihuana de la Argentina. La
nuestra es una apuesta por una Buenos Aires alegre y feliz”.
La Copa CABA se celebra a
fines de junio (la ganadora del año pasado fue una Medical Seed 2046) y se está
pensando hacer una edición de primavera en noviembre, con la cosecha del
invierno. “El clima nos permite tener dos cosechas”, dice René. “La tradicional
de abril-mayo y otra en octubre-noviembre, producto de un proceso más rápido.
Se planta en mayo y por el frío las plantas crecen más pequeñas pero con la
resina más concentrada. Por ahora solo hacemos una cata, pero es probable que
la transformemos en una edición primavera de la copa”.
Quien
no tiene la suerte de dos cosechas es Diego, quien desde Ushuaia es uno de los
organizadores de la “Cata del Fin del Mundo”. “Acá todo es cultivo in door.
Estamos tratando de probar con un poco de cultivo de guerrilla pero es difícil.
Como acá los días son más largos en verano, la floración es más rápida. Además
la tierra es excelente, con arena negra y guano de murciélago natural, pero
cuando viene la primera helada se escarcha todo, y hay que estar muy atentos a
eso”. De todos modos, cuenta Diego, la de Ushuaia es más una reunión de cata
que una copa propiamente tal. Aunque viene gente de las ciudades aledañas
-incluyendo Punta Arenas-, Ushuaia, con solo 100 mil habitantes, tiene
una comunidad proporcionalmente reducida de acuerdo a eso, y tiene que convivir
con todos los infiernos grandes de un pueblo chico. “Todo el mundo se conoce,
los fumadores no deben superar las 100 personas y los que nos reunimos como
comunidad cannábica no somos más de 25”,
dice.
De
todos modos, Diego festeja la realización de la Cata del Fin del Mundo. “Nos ha ayudado como
cultivadores. El hecho de juntarse y compartir experiencias con otras personas
e intercambiar datos te abre la cabeza. A partir de ahí todos quieren mejorar”,
cuenta.
A
la misma conclusión, aunque con más experiencia en el cuerpo, llegan los
organizadores de las copas de Córdoba y Mar del Plata, Daniel y Nahuel.
“Hasta
2011 Córdoba no tenía un evento que se incorporase a una agenda de competencia
y socialización como son las copas cannábicas”, dice Daniel, contando cómo la
copa cordobesa arrancó a lo grande, convocando a más de 100 personas en la
primera competencia, el año pasado. La Comunidad Cannábica
de Córdoba, que ya organizó cuatro marchas y más de 20 fiestas cannábicas,
además de una serie de charlas en la Universidad Nacional
de Córdoba, tiene impronta militante. “Lo importante es que este tipo de
eventos sirva para socializar el cannabis, que circule y se transmitan los
conocimientos entre los cultivadores y que la fiesta tenga la mística del
encuentro con las plantas”, dice Daniel, que el año pasado vio cómo una Medical
Seeds 2046, la misma ganadora de la Copa CABA, también se ceñía la corona cordobesa.
Es
por esto que la versión copera de esta ciudad divide sus competencias en
iniciados y masters. “Entendemos que la forma de abrir el juego del modelo
copero tradicional es permitiendo que los nuevos cultivadores participen
compitiendo con cualquier genética y sin mayores exigencias, y dejar que los
maestros se saquen brillo entre sí, aportando sus conocimientos entre cata y
cata”, dice Daniel. “El movimiento de autocultivadores en Argentina se expande
exponencialmente y ese crecimiento nos permite verificar que en poco tiempo
Argentina y sus cultivadores desarrollaron un potencial impensado. Lejos ya de
las ‘Paraguay por Paraguay’, podemos encontrar todo tipo de genéticas,
calidades y capacidades en indoorismo y cultivo de guerrilla”.
Junto
al mar, Nahuel cuenta que la Copa
del Mar, en Mar del Plata, más que una competencia, también apuesta ser una
reunión que sirva para que los autocultivadores compartan experiencias. “Lo
nuestro es una reunión de autocultidadores y la copa no tiene el toque
comercial de las de Buenos Aires”, dice. La Agrupación Marplatense
de Cannabicultores es la primera asociación de este tipo que en Argentina tiene
personería jurídica y, en ese sentido, lo suyo es el activismo. “La primera
copa, el año pasado, fue un desafío. Ahora lo veo como una oportunidad de hacer
algo en grande”.
¿Su
gran particularidad? Es la única copa que no se hace en junio-julio, sino que
en primavera. “Nunca llegábamos con el secado y curado como debía ser, así que
nuestra versión es en octubre”, donde el año pasado resultó ganadora una
Destroyer in door.
Y,
claro, para el bajón hay mariscos.